Entre Biblia y Política: la marcha evangélica que olvida lo esencial
Por
Néstor Porfirio Núñez
Publicado el 30 de septiembre de 2025.
El pasado sábado,
como cada año en el marco del Día de la Biblia que se celebra el
27 de septiembre, las calles se llenaron de creyentes que
marchaban en nombre de la fe evangélica. Una tradición que
debería resaltar la centralidad de la Palabra de Dios y la
inspiración del Espíritu Santo, terminó convirtiéndose —una vez
más— en un escenario donde la política se roba los reflectores.
La llamada marcha bíblica se promociona como un acto de
adoración y testimonio cristiano, pero basta observar quiénes
ocupan los lugares de honor para notar que la espiritualidad ha
quedado en un segundo plano. Gobernadora, diputados, senadores y
funcionarios desfilaron bajo las consignas religiosas, con
discursos y gestos que más parecen propaganda política que
verdadera exaltación de la fe.
El problema no radica en la presencia de autoridades, sino en el
protagonismo desmedido que se les otorga. El día que debería
servir para recordar el mensaje de las Escrituras, se convierte
en una pasarela de poder. En lugar de destacar la enseñanza del
Evangelio, se destacan los saludos protocolares, las fotografías
con políticos y las menciones de figuras públicas.
El cristianismo evangélico tiene una misión clara: proclamar a
Jesucristo, promover la justicia, la compasión y la
transformación espiritual. Sin embargo, cuando los púlpitos y
las tarimas se prestan para fortalecer imágenes políticas en vez
de fortalecer la fe, se pierde la esencia misma del mensaje
bíblico.
La Biblia no necesita apadrinamiento gubernamental ni aval
legislativo para tener valor. Al contrario, su mensaje
trasciende poderes humanos y cuestiona las estructuras de poder
cuando estas se alejan de la justicia y la verdad. Convertir una
marcha bíblica en un acto de legitimación política es desvirtuar
su propósito.
Los evangélicos que marchan con sinceridad lo hacen para rendir
honor a Dios. Pero las directivas que organizan estos eventos
deberían reflexionar: ¿a quién están honrando realmente? ¿A Dios
y su Palabra, o a los hombres y sus cargos?
Si el Día de la Biblia se convierte en un escenario político,
entonces el espíritu que debe guiarlo ha sido desplazado. Y en
ese caso, la marcha, en vez de ser testimonio de fe, se
convierte en espectáculo vacío.