Arte y artificios en la era digital: Un enfoque cerebrista

Por Simeón Arredondo

Publicado el 27 de septiembre de 2025.

Simeón Arredondo

Difícilmente alguien niegue que el arte nació desde el momento que lo hizo el ser humano y que han evolucionado juntos.

Un hombre del paleolítico jamás pensaría cómo habría de ser la navegación polinesia, y a su vez, quienes iniciaron ésta probablemente nunca imaginaron la forma y las velocidades que alcanzarían las naves usadas por Alejandro Magno o las que transportaron a los conquistadores de América en la postrimería del Medioevo. Y por supuesto, los usuarios de esas naves no alcanzaron a conocer los modernos barcos portacontenedores que proliferan hoy en el transporte internacional de mercancías, ni los impresionantes cruceros de los que alardea la industria del turismo.

También se puede mirar a la inversa. Un niño que atraviesa el Atlántico junto a sus padres en un viaje de 9 horas a bordo de un moderno Airbus A350, piensa que siempre el transporte ha sido así de fácil, ágil y seguro. O un adolescente que, ante la necesidad de una información de cualquier naturaleza, hace clic, y “milagrosamente” se despliega una pantalla con miles de opciones y millones de informaciones ante sus ojos, pudiera pensar que sus abuelos disfrutaron de ese privilegio.

Todo es, y ha sido un constante cambio. Un permanente evolucionar del hombre, de sus circunstancias, de sus hábitos, de sus herramientas, de su modus vivendi. Pero el arte, con distintos recursos y formas de expresión, siempre ha estado ahí; acompañándole como un perro fiel. A su merced y a su servicio.

Desde una pintura rupestre de la prehistoria alojada en una caverna, hasta las más de 35,000 obras de arte que exhibe y guarda celosamente el Museo de Louvre, se observa un recorrido paralelo del arte al desarrollo de la humanidad.

Desde la antigüedad hasta nuestros días, el hombre ha inventado, perfeccionado y utilizado diversas herramientas para múltiples labores, que vienen a ser como extensiones de sus extremidades. Hoy en día, también conocemos una serie de herramientas tecnológicas que se sirven de la informática para obtener ciertos resultados o para la realización de determinadas tareas. En este caso estaríamos ante extensiones del cerebro. Y como el arte no es ajeno al resto de actividades humanas, aquí también toma partida.

Esas herramientas, enmarcadas dentro de las llamadas Tecnologías habilitadoras digitales, entre las que se encuentran el internet de las cosas, la computación en la nube, y la “todopoderosa” inteligencia artificial, han llegado para quedarse, y es innegable que resultan de gran utilidad para el desarrollo y la realización de un gran número de quehaceres vitales; pero como supuestas extensiones del cerebro, jamás deben sustituirlo.

Es en ese contexto que el movimiento Cerepoético, también llamado Cerebrismo, intenta establecer límites que marquen una diferenciación entre lo artificial y lo cerebral cuando de arte se trata. Dicho sin ambages, la creación artística ha de ser siempre generada desde el cerebro. No quiere decir, que, bajo algunos parámetros, el artista no pueda apoyarse en ciertos recursos que la modernidad coloca en sus manos.

Es que, sobre todo, el aspecto ético y moral debe prevalecer, como debe hacerlo el esfuerzo neuronal. El verdadero creador no puede renunciar a que su obra pase el filtro del tálamo. Si lo hace, estaría contribuyendo al proceso de deshumanización que paradójicamente ha emprendido la humanidad, y que uno de sus recursos fundamentales es el atrofiamiento del proceso cognitivo del individuo mediante la inducción al consumo de programas chatarra, de noticias falsas, de influencias banales, etc. Y al mismo tiempo, la imposición de procesos y procedimientos basados en el consumo masivo de las referidas Tecnologías habilitadoras digitales, que no sólo han destruido a millones de puestos de trabajo, sino que intentan establecer toda una generación de ciudadanos no pensadores.

Son dos los frentes desde los que el ser humano se auto ataca. Por un lado, está la crueldad que se nos obliga a presenciar, que no deja lugar a dudas de que la humanidad se hace cada vez más inhumana, y que parece encaminarse a su autodestrucción de una manera cruel y bárbara, y que el sufrimiento y la agonía de una amplia mayoría, es el goce, deleite y prosperidad de una reducida minoría. Por otro lado, está la destrucción que de momento no se observa físicamente, y que para las altas esferas de poder puede resultar incluso más útil que la primera, que es la destrucción de los valores, del pensamiento crítico, de la consciencia humana y del razonamiento. Es decir, de todo lo que proviene genuinamente del cerebro.

En ambos casos, la tecnología es un poderoso aliado de la “alogocracia”, que como muy bien la define Jano García en su formidable obra “El rebaño”, es “el gobierno de los desprovistos de razón y lógica a la hora de enfrentarse a los desafíos propios de nuestro tiempo”.

Este es el juego en el que no debe entrar el arte. No debemos olvidar su fin estético y su función ornamental siempre desde el punto de vista humano, donde no puede estar ausente la combinación cerebro-corazón.

En el supra indicado libro Jano García, refiriéndose a la alogocracia, afirma que “esta nueva ideología responde a una jerga superflua que a modo de ensalada se mezcla en todos los discursos sin importar su tema y cuyo trasfondo esconde el perverso intento de negar el uso de la razón para así poder aglutinar a todos los individuos en un colectivo oprimido y, a su vez, opresor de todo aquel que recurriendo a la razón cuestione los nuevos dogmas”.

Pues es de alta importancia para los literatos prestar atención a esta observación-advertencia que lanza García. Ello así porque a estos creadores corresponde usar artísticamente la palabra. Es hora de oponernos, a través de la mirada objetiva del escritor, y con la palabra como arma, a la cultura de la guerra y a la autodestrucción de la humanidad.

El poeta, con su pluma, debe combatir los antivalores y las conductas irresponsables y destructivas tanto de lo físico como de lo moral. Al mismo tiempo, los cerebristas procuramos una renovación del discurso poético mediante el uso de recursos estéticos que no permanezcan en lo meramente subjetivo, con la finalidad de hacer frente a las diferentes manifestaciones de barbarie a las que asiste la humanidad en los actuales momentos usando tanto las armas de guerra como la propia inteligencia artificial.

Creo firmemente que el poeta, con su discurso artístico, no sólo puede, sino que debe usar el verso para rescatar y defender los valores que propician la convivencia pacífica entre los seres humanos, y entre éstos y su entorno. Además de que debe rechazar cualquier forma de hermetismo en la estructura artística, que contribuya a la destrucción o a la negación del razonamiento.

Es preciso, por consiguiente, profesar que de los tres elementos que forman la psique humana definidos por Sigmund Freud, el poeta debe asumir la responsabilidad de “el superyó” como representante de la conciencia y la moral, para que, dentro del tejido social, predomine sobre “el ello” convirtiéndose en “el yo” que debe impulsar al ser humano a actuar con prudencia y justicia.

 

 

 





 

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