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La voz poética de Juana de Ibarbourou (2 de 2)

Por Simeón Arredondo
Poeta y escritor dominicano residente en España
simeonarredondo@gmail.com

Publicado el 13 de febrero de 2025.

Simeón Arredondo Simeón Arredondo, Poeta y escritor dominicano residente en España.

 

En el soneto “Amor” se refleja el otro gran tema de la poesía de Juana de Ibarbourou. Precisamente el amor, que, a decir de algunos críticos, es en torno al cual gira toda su producción literaria.

Amor

El amor es fragante como un ramo de rosas.
Amando, se poseen todas las primaveras.
Eros trae en su aljaba las flores olorosas
de todas las umbrías y todas las praderas.

Cuando viene a mi lecho trae aroma de esteros,
de salvajes corolas y tréboles jugosos.
¡Efluvios ardorosos de nidos de jilgueros,
ocultos en los gajos de los ceibos frondosos!

¡Toda mi joven carne se impregna de esa esencia!
Perfume de floridas y agrestes primaveras
queda en mi piel morena de ardiente transparencia

perfumes de retamas, de lirios y glicinas.
Amor llega a mi lecho cruzando largas eras
y unge mi piel de frescas esencias campesinas.

Aquí se pone de manifiesto la entrega de la mujer al ser amado. Le canta al amor exaltando la esplendidez que sugiere ese sublime sentimiento. Mediante el uso de la hipérbole coloca “todas las primaveras” sobre la mesa, sobre la cama, o sobre la alfombra para dejar entrar a Eros con “las flores olorosas de todas las umbrías y todas las praderas”.

Su imaginación vuela esperando a ese amor que ha de llegar cargado de ternura y de cariño para ser derrochados en su lecho. (“Cuando viene a mi lecho trae aroma de esteros, / de salvajes corolas y tréboles jugosos. / ¡Efluvios ardorosos de nidos de jilgueros, / ocultos en los gajos de los ceibos frondosos!”).

Y se deja seducir entregándose al acto que hace latir su carne y vivir una y otra vez la primavera. (“¡Toda mi joven carne se impregna de esa esencia! / Perfume de floridas y agrestes primaveras / queda en mi piel morena de ardiente transparencia”). El amor es hermoso en todos los escenarios. En los versos de Juana de Ibarbourou es doblemente hermoso.

Contemporánea de los españoles Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez y Federico García Lorca; de las también latinoamericanas Alfonsina Storni y Gabriela Mistral, así como de su coterráneo Mario Benedetti, con quienes sostuvo relaciones, Juana de Ibarbourou brilló durante su vida con luz propia y se destacó con una voz singular en su país y en América.

Sobre ella recayó la primera edición del Premio Nacional de Literatura de Uruguay (1959). Pero le habían antecedido otros reconocimientos y distinciones. Uno de ellos el nombramiento como “Juana de América” (1929) recibido en el Palacio Legislativo Uruguayo. Elegida miembra de la Academia Nacional de Letras (1947). Nombrada Mujer de las Américas por la Unión de Mujeres Americanas en la ciudad de Nueva York (1953).

Sin embargo, el hecho de haber sido víctima de violencia doméstica, al ser maltratada tanto por su esposo, como por su hijo, empañó la felicidad de Juana de Ibarbourou. Y quizás marcó aspectos importantes de su vida, así como parte de su obra; como se refleja en el poema “Hora morada”, que aparentemente manifiesta algunas de las reflexiones de la poeta durante sus últimos días de vida.

Hora morada

¿Qué azul me queda?

¿En qué oro y en qué rosa me detengo,
qué dicha se hace miel entre mi boca
o qué río me canta frente al pecho?

Es la hora de la hiel, la hora morada
en que el pasado, como un fruto acedo,
sólo me da su raso deslucido
y una confusa sensación de miedo.

Se me acerca la tierra del descanso
final, bajo los árboles erectos,
los cipreses aquellos que he cantado
y veo ahora en guardia de los muertos.

Amé, ay Dios, amé a hombres y bestias
y sólo tengo la lealtad del perro
que aún vigila a mi lado mis insomnios
con sus ojos tan dulces y tan buenos.

En este poema encontramos una reflexión que huele a soledad, a aislamiento, a despedida, a muerte. La autora compara la miel con la hiel, anteponiendo ambos sustantivos en tiempo y en condición. Es evidente que añora el tiempo pasado y un poco se resigna a lo que en el momento le toca, no sin lamentarse de la diferencia entre lo que ha dado y lo que ha recibido emocionalmente. (“Amé, ay Dios, amé a hombres y bestias / y sólo tengo la lealtad del perro”).

La llegada de la muerte es inminente. La poeta lo presiente, y lo manifiesta (“Se me acerca la tierra del descanso / final, bajo los árboles erectos, / los cipreses aquellos que he cantado / y veo ahora en guardia de los muertos”.).

Alegre o triste, por admiración o por respeto a la naturaleza, como esposa o como madre, como ente individual o como parte de algún colectivo, Juana de Ibarbourou siempre dio mucho amor. Y el amor está presente en toda su obra. En toda su voz poética, cuyo eco nunca dejará de sonar.


 

 

 





 

 

 

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